Significado de la solidaridad grado 4-1
Agosto 18 de 2020
Estimados estudiantes les dejo este hermoso cuento sobre la solidaridad, deben leerlo en familia y realizar una reflexión en diez renglones la envían al correo mariaeugeniaramirezroldan6@gmail.com
Solidaridad: Significado
La solidaridad es
un valor personal que supone la capacidad que tienen los miembros que
pertenecen a una comunidad de actuar como un todo. Esto se produce porque los
miembros comparten intereses y necesidades entre sí, gracias a los lazos
sociales que les unen. La definición de solidaridad se basa en el respeto y la
empatía que nos conduce a comprender que el otro necesita de nuestra
colaboración o apoyo.
Hansel
y Gretel
En
una cabaña cerca del bosque vivía un leñador con sus dos hijos, que se llamaban
Hansel y Gretel. El hombre se había casado por segunda vez con una mujer que no
quería a los niños. Siempre se quejaba de que comían demasiado y que por su
culpa, el dinero no les llegaba para nada.
–
Ya no nos quedan monedas para comprar ni leche ni carne – dijo un día la
madrastra – A este paso, moriremos todos de hambre.
–
Mujer… Los niños están creciendo y lo poco que tenemos es para comprar comida
para ellos – contestó compungido el padre.
–
¡No! ¡Hay otra solución! Tus hijos son lo bastante espabilados como para
buscarse la vida ellos solos, así que mañana iremos al bosque y les
abandonaremos allí. Seguro que con su ingenio conseguirán sobrevivir sin
problemas y encontrarán un nuevo lugar para vivir – ordenó la madrastra
envuelta en ira.
–
¿Cómo voy a abandonar a mis hijos a su suerte? ¡Son sólo unos niños!
–
¡No hay más que hablar! – siguió gritando – Nosotros viviremos más desahogados
y ellos, que son jóvenes, encontrarán la manera de salir adelante por sí mismos.
El
buen hombre, a pesar de la angustia que sentía en el pecho, aceptó pensando que
quizá su mujer tuviera razón y que dejarles libres sería lo mejor.
Mientras
el matrimonio hablaba sobre este tema, Hansel estaba en la habitación contigua
escuchándolo todo. Horrorizado, se lo contó al oído a su hermana Gretel. La
pobre niña comenzó a llorar amargamente.
–
¿Qué haremos, hermano, tú y yo solitos en el bosque? Moriremos de hambre y
frío.
–
No te preocupes, Gretel, confía en mí ¡Ya se me ocurrirá algo! – dijo Hansel
con ternura, dándole un beso en la mejilla.
Al
día siguiente, antes del amanecer, la madrastra les despertó dando voces.
–
¡Levantaos! ¡Es hora de ir a trabajar, holgazanes!
Asustados
y sin decir nada, los niños se vistieron y se dispusieron a acompañar a sus
padres al bosque para recoger leña. La madrastra les esperaba en la puerta con
un panecillo para cada uno.
–
Aquí tenéis un mendrugo de pan. No os lo comáis ahora, reservadlo para la hora
del almuerzo, que queda mucho día por delante.
Los
cuatro iniciaron un largo recorrido por el sendero que se adentraba en el
bosque. Era un día de otoño desapacible y frío. Miles de hojas secas de color
tostado crujían bajo sus pies.
A
Hansel le atemorizaba que su madrastra cumpliera sus amenazas. Por si eso
sucedía, fue dejando miguitas de pan a su paso para señalar el camino de vuelta
a casa.
Al
llegar a su destino, ayudaron en la dura tarea de recoger troncos y ramas.
Tanto trabajaron que el sueño les venció y se quedaron dormidos al calor de una
fogata. Cuando se despertaron, sus padres ya no estaban.
–
¡Hansel, Hansel! – sollozó Gretel – ¡Se han ido y nos han dejado solos! ¿Cómo
vamos a salir de aquí? El bosque está oscuro y es muy peligroso.
–
Tranquila hermanita, he dejado un rastro de migas de pan para poder regresar –
dijo Hansel confiado.
Pero
por más que buscó las miguitas de pan, no encontró ni una ¡Los pájaros se las
habían comido!
Desesperados,
comenzaron a vagar entre los árboles durante horas. Tiritaban de frío y tenían
tanta hambre que casi no les quedaban fuerzas para seguir avanzando. Cuando ya
lo daban todo por perdido, en un claro del bosque vieron una hermosa casita de
chocolate. El tejado estaba decorado con caramelos de colores y las puertas y
ventanas eran de bizcocho. Tenía un jardín pequeño cubierto de flores de azúcar
y de la fuente brotaba sirope de fresa.
Maravillados,
los chiquillos se acercaron y comenzaron a comer todo lo que se les puso por
delante ¡Qué rico estaba todo!
Al
rato, salió de la casa una mujer vieja y arrugada que les recibió con
amabilidad.
–
¡Veo que os habéis perdido y estáis muertos de hambre, pequeños! ¡Pasad, no os
quedéis ahí! En mi casa encontraréis cobijo y todos los dulces que queráis.
Los
niños, felices y confiados, entraron en la casa sin sospechar que se
trataba de una malvada bruja que había construido una casa de chocolate y
caramelos para atraer a los niños y después comérselos. Una vez dentro, cerró
la puerta con llave, cogió a Hansel y lo encerró en una celda de la que era
imposible salir. Gretel, asustadísima, comenzó a llorar.
–
¡Tú, niñata, deja de lloriquear! A partir de ahora serás mi criada y te
encargarás de cocinar para tu hermano. Quiero que engorde mucho y dentro de
unas semanas me lo comeré. Como no obedezcas, tú correrás la misma suerte.
La
pobre niña tuvo que hacer lo que la bruja cruel le obligaba. Cada día, con el
corazón en un puño, le llevaba ricos manjares a su hermano Hansel. La bruja,
por las noches, se acercaba a la celda a ver al niño para comprobar si había
ganado peso.
–
Saca la mano por la reja – le decía para ver si su brazo estaba más gordito.
El
avispado Hansel sacaba un hueso de pollo en vez de su brazo a través de los
barrotes. La bruja, que era corta de vista y con la oscuridad no
distinguía nada, tocaba el hueso y se quejaba de que seguía siendo un niño
flaco y sin carnes. Durante semanas consiguió engañarla, pero un día la
vieja se hartó.
–
¡Tu hermano no engorda y ya me he cansado de esperar! – le dijo a Gretel –
Prepara el horno, que hoy me lo voy a comer.
La
niña, muerta de miedo, le dijo que no sabía cómo se encendían las brasas. La
bruja se acercó al horno con una enorme antorcha.
–
¡Serás inútil! – se quejó la malvada mujer mientras se agachaba frente al horno
– ¡Tendré que hacerlo yo!
La
vieja metió la antorcha dentro del horno y cuando comenzó a crepitar el fuego,
Gretel se armó de valor y de una patada la empujó dentro y cerró la puerta. Los
gritos de espanto no conmovieron a la chiquilla; cogió las llaves de la celda y
liberó a su hermano.
Fuera
de peligro, los dos recorrieron la casa y encontraron un cajón donde había
valiosas joyas y piedras preciosas. Se llenaron los bolsillos y huyeron de
allí. Se adentraron en el bosque de nuevo y la suerte quiso que encontraran
fácilmente el camino que llevaba a su casa, guiándose por el brillante sol que
lucía esa mañana.
A
lo lejos distinguieron a su padre sentado en el jardín, con la mirada perdida
por la tristeza de no tener a sus hijos. Cuando les vio aparecer, fue corriendo
a abrazarles. Les contó que cada día sin ellos se había sido un infierno
y que su madrastra ya no vivía allí. Estaba muy arrepentido. Hansel y Gretel
supieron perdonarle y le dieron las valiosas joyas que habían encontrado en la
casita de chocolate.
¡Jamás
volvieron a ser pobres y los tres vivieron muy felices y unidos para siempre!
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